Del orden al caos

Los humanos somos seres de hábitos y rutinas. Nos tardamos alrededor de veinte años en desarrollar nuestra personalidad adulta y, al mismo tiempo, también desarrollamos las conductas y hábitos que serán parte de nosotros durante el resto de nuestras vidas.

Regulamos nuestros días por medio de las rutinas y el tiempo, ajustando las acciones y expectativas al reloj. Cuando ignoramos ese reloj, aunque sea por un rato, puede ser verdaderamente liberador. Pero, después de un tiempo, podemos empezar a sentirnos ansiosos o desorientados, lo cual hace necesario que regresemos a un itinerario, agendar actividades y a la rutina diaria.

Todo comienza muy al inicio de nuestras vidas, la principal tarea de un infante es sensibilizarse a la vida para construir o descubrir sus características, patrones y relaciones que existen en el mundo material, la gente y las cosas que lo rodean, y descubrir como es que cabe en ese mundo. Esto hace que encaje, le da seguridad y un sentido de pertenencia.

En una escala más amplia y a nivel físico, el orden debe hacer más que contribuir a la armonía estética, también tiene otras funciones. Al tiempo que asignamos un lugar para cada cosa sentimos que tenemos el control del mundo material en cual llevamos a cabo nuestra vida (casa, trabajo, escuela, etc.), debe hacer que las actividades diarias sean más eficientes y fluidas, y reduce el estrés y frustración que puede ocasionarse al extraviar cosas y perder tiempo valioso en buscar esos objetos perdidos. Ser organizado nos ahorra tiempo y frustración, en cambio nos da un sentimiento de éxito, especialmente tras lograr acciones organizadas.

Tener estructura en el tiempo impacta directamente cómo nos sentimos, las rutinas predecibles (tanto las nuestras como las de quienes nos rodean) nos da seguridad y los ritmos diarios son indicativos claros de que todo está bien y va de acuerdo a lo esperado. Cuanto la gente va y viene de acuerdo a lo planeado, las cosas suceden a tiempo (salida y puesta del sol, desayuno, comida y cena, las clases, las campanadas de la iglesia, el avión que llega, etc.) nos relajamos ya que así sabemos que nuestro mundo está en orden.

Cuando el COVID-19 se apareció en nuestras vidas puso todo de cabeza creando caos a nivel mundial Lo primero que pasó fue que causó incertidumbre en todas las personas que habitamos este planeta. Después, todo el mundo se silenció cuando nos ordenaron confinarnos. Al tiempo que todos permanecimos en confinamiento buscamos nuevos patrones y orden, reorganizamos nuestro espacio para acomodar la oficina y la escuela en casa y creamos nuevos itinerarios. Eso, por lo menos, nos dio un nuevo orden y cierto grado de certeza al cual aferrarnos.

Lo que se considera como “ordenado” varía entre una persona y otra. “El orden no se puede medir es, más bien, una manera de vivir. Cada uno de nosotros ve la vid desde nuestro particular punto de vista,” dijo la diseñadora industrial Rita Pohle.

El orden facilita y enriquece la vida y el orden exterior implica orden interior. Pero cuando prevalece el caos, y tiene gran alcance, puede ser estresante. Si el caos prevalece durante un largo periodo de tiempo empieza a afectar la salud física y emocional, causando daño en la vida de las personas.

Mientras más repetimos algo son mayores las probabilidades de que se convierta en hábito. Cuando la gente tiene hábitos saludables, mantienen cierto nivel de flexibilidad lo cual refleja salud física y emocional e implica que es una persona equilibrada, madura y productiva.

Pero ¿qué pasa en ese místico mundo dentro de nuestra mente cuando el mundo se afecta a tal grado como ha sucedido por la pandemia COVID-19? ¿El comportamiento bajo estrés es predecible? ¿Racional? ¿Entendible? Las respuestas pueden ser inquietantes.

Cuando estamos estresados nos convertimos en esclavos del orden y de nuestros hábitos porque nos brindan certeza y alivio, pero fácilmente podemos adoptar comportamientos insanos y obsesivos que pueden convertirse en hábitos si los repetimos día tras día. El confinamiento y la incertidumbre de cómo se desarrollará la pandemia así como el riesgo que esto implica para nuestra salud y nuestra vida, nos ha llevado a vivir bajo altos niveles de estrés durante prácticamente dos años ya, un periodo de tiempo realmente largo, de modo que podría ser que ya nos excedimos con respecto a los hábitos de control y las actividades obsesivas… puede ser que ya sea tiempo de pensar qué tanto hemos tratado de compensar estas condiciones extraordinarias y revisar de manera consciente los hábitos y rutinas que hemos implementado para sobrevivir a esta situación.

Tal vez deberíamos relajarnos un poco, dejar de operar automáticamente en modo “fin del mundo” y crear de manera consciente un modo de vida post-pandemia.

Volvamos a buscar lo que nos gusta, nos alegra, lo que nos motiva, aquello que nos emociona y también lo que nos hace suspirar…

 

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