Voces
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Autor: Raúl Cremoux
Agradezco a Rebeca Dallal, hija de un muy querido amigo, el doctor Eduardo Dallal, la oportunidad de participar en una publicación que lleva por nombre el propósito de trabajar uno de los vocablos más ricos y poderosos de nuestra naturaleza humana: Voces.
Egresado de la carrera de Ciencias y Técnicas de Información de la Universidad Iberoamericana, he llevado ese tatuaje por diversos países, Francia, España, Finlandia, Estados Unidos, Dinamarca y por nuestras tierras sea en forma directa o a través de los medios que han transformado el mundo: la imprenta, la radio, la televisión y ahora la cibernética y sus nuevos espolones adheridos al futuro.
En cada uno de esos medios he incursionado y, en todo ellos, he realizado lo que se hacer: trabajar, labrar, incursionar, acariciar y sufrir con las palabras. Alguna vez envidié al zapatero o al sastre que se ganan la vida con un oficio manual, otra vez al profesor de química que entre matraces y líquidos, alcanza la transformación de elementos físicos. Lo mío han sido las palabras, comenzar con una voz y continuar subiendo y bajando por laderas desconocidas.
¿Es lo mismo voces que palabras? Miguel de Unamuno así lo ve y Octavio Paz lo confirma. En consecuencia, Voces es un término que surca océanos, vuela sobre montañas y atraviesa siglos de maduración. Es parte esencial de nuestra comunicación desde tiempos prehistóricos y ya pertenece al espacio galáctico cuando se han enviado cintas grabadas, voces y canciones; matemáticas y pinturas en el Voyager que ha atravesado nuestro sistema solar.
Todo gran viaje necesita una Ítaca para saber que hemos engendrado una utopía, de ahí que “Voces” ya sea desde su raíz un camino incierto de porvenir y se mueva en el incierto destino de las palabras que, cuando están en forma impresa, pudieran parecer una actitud sedentaria, no obstante son un peregrinaje andariego a través de novelas, ensayos, poesía y en fórmulas químicas y matemáticas.
Parodiando a Machado, digo que se hace camino al leer ya que desde la edad de bronce aprendimos que para llegar a la Edad Media, el Renacimiento y lo contemporáneo, debimos trazar y descubrir mágicas alineaciones en donde se han mezclado emociones con razones gracias a la palabra, nuestro inmenso prodigio al que ignoramos al nacer y solo mediante un meticuloso aprendizaje iniciamos nuestro recorrido como aparentes seres superiores. Y subrayo aparente puesto que es mucho mayor lo que ignoramos de este planeta que lo que sabemos. Debe ser por esto que inventamos los diccionarios, para saber el significado de las palabras, de dónde vienen esas voces, cómo se han mezclado y multiplicado, cuáles son sus orígenes y hacia dónde nos llevan.
Las ballenas al igual que las cigarras, las aves y los reptiles tienen la capacidad de comunicarse con los de su especie pero esas “voces” no trascienden su entorno y en su milenario existir, no han dejado huella de una evolución semejante a la que nosotros pudiéramos reconocer hemos tenido. ¿Qué nos da eso sin afán de presumir como especie que aspira a conducirse con mayor capacidad?
Se llama Parlamento a la reunión de pensamientos opuestos o concordantes entre nuestros dirigentes pero eso no nos da ni mayor felicidad ni nos protege de la lluvia y los relámpagos, la palabra nos da la oportunidad del espíritu exhibido en sus diversas maneras y nos permite atesorar el saber acumulado al igual que las tragedias y tristezas de un pasado que podemos convertir en presente permanente. Es la palabra convertida en un cofre de sorpresas la que nos acompaña día tras día para darnos y quitarnos buena parte de eso que llamamos experiencia, conocimiento, felicidad o desdicha. Es en suma, el uso de palabras lo que puede llevarnos a conseguir lo que cada uno de nosotros crea, elabora y considera su propia realización o utopía.